'Abdu'l-Bahá - El ejemplo perfecto
(1844 – 1921)
“El Amor es la más grande ley que rige este potente ciclo celestial, el único poder que une los diversos elementos de este mundo material, la suprema fuerza magnética que dirige los movimientos de las esferas en los dominios celestiales”.
Selección de los Escritos de ‘Abdu’l-Bahá, p.46
El 22 de mayo de 1844 ocurrió un evento trascendental en la historia humana. En la ciudad de Shiraz, Irán, el Báb declararía el comienzo de un nuevo ciclo religioso para el mundo. Ese mismo día a la medianoche nacía un niño en Teherán. En honor a Su propio padre, Bahá’u’lláh llamó a Su hijo recién nacido, ‘Abbás. Sin embargo, con el tiempo, ‘Abbás optó por llamarse ‘Abdu’l-Bahá, el “Siervo de Bahá”, y, por Su vida de servicio a la humanidad, llegó a ser conocido como la personificación viviente y ejemplo de las enseñanzas de Bahá’u’lláh.
“Las religiones divinas fueron fundadas con el propósito de unificar a la humanidad y establecer la paz universal. Cualquier movimiento que ponga por obra la paz y el acuerdo en la sociedad humana es ciertamente un movimiento divino; cualquier reforma que induzca a la gente a reunirse bajo el amparo del mismo tabernáculo, de seguro está animada por motivos celestiales”.
‘Abdu’l-Bahá, La Promulgación de la Paz Universal, p. 111
‘Abdu’l-Bahá disfrutó de una niñez privilegiada hasta que brotaron las persecuciones feroces contra los seguidores del Báb, de los cuales Bahá’u’lláh era el más sobresaliente. El encarcelamiento de Bahá’u’lláh por ser bábí marcó un punto decisivo para Su familia. El haber visto a Bahá’u’lláh en la prisión, con Su cabello y barba desordenados, Su cuello hinchado por el pesado collar de acero, y su cuerpo doblado por las cadenas, dejó una impresión imborrable en la mente de Su hijo de ocho años.
En diciembre de 1852, Bahá’u’lláh fue liberado de la prisión después de cuatro meses. Casi inmediatamente fue desterrado de Irán con Su familia. Nunca volverían a ver de nuevo su tierra natal. Durante la caminata a Bagdad, el hielo quemó el cuerpo de ‘Abdu’l-Bahá. Debió sufrir también por la separación de su hermano pequeño, Mihdi, cuya salud no le permitió hacer el viaje agotador.
Poco después de su llegada a Bagdad, ocurrió otra separación dolorosa cuando Bahá’u’lláh se retiró a las montañas de Kurdistán durante dos años. Lejos de Su amado Padre, ‘Abdu’l-Bahá pasaba Su tiempo leyendo y meditando sobre los Escritos del Báb.
Cuando finalmente regresó Bahá’u’lláh, el niño, entonces de 12 años, se llenó de intensa alegría. A pesar de Su tierna edad, ‘Abdu’l-Bahá ya había reconocido intuitivamente la estación de Su Padre. En los años subsiguientes, llegó a ser el representante y el secretario de Bahá’u’lláh.
‘Abdu’l-Bahá protegió a Su Padre contra las interrupciones innecesarias y la malicia de las personas que le deseaban mal y llegó a ser admirado en los círculos más allá de los seguidores de Su Padre. Conversaba con los eruditos y sabios sobre los temas y tópicos que ocupaban sus mentes. Un comentario que escribió siendo todavía adolescente demostraba Su profundo conocimiento y comprensión, y un dominio asombroso del idioma. Durante los exilios, ‘Abdu’l-Bahá también debió asumir el peso de varias negociaciones con las autoridades civiles.
Durante el último destierro de Bahá’u’lláh a Akka, ‘Abdu’l-Bahá siguió protegiendo a Su Padre; cuidaba a Sus seguidores, atendía a los enfermos y a los pobres de la ciudad, y se mantuvo firme en temas de justicia con los carceleros insensibles, guardias crueles y funcionarios hostiles. Con Su espíritu generoso, servicio abnegado y fidelidad a los principios se ganó el cariño de aquellos que le llegaron a conocer y, con el tiempo, atrajo a los más duros de corazón entre los enemigos.
En Su Libro Más Sagrado, Bahá’u’lláh estableció una alianza con Sus seguidores, ordenándoles que después de su fallecimiento, se volvieran a ‘Abdu’l-Bahá, a Quien describió como “Aquel a Quien Dios ha designado, Quien ha brotado de esta Antigua Raíz”. La autoridad de ‘Abdu’l-Bahá como “Centro de la Alianza” fue establecida también en otros textos, incluyendo la Voluntad y Testamento de Bahá’u’lláh.
Desde el momento del fallecimiento de Bahá’u’lláh, ‘Abdu’l-Bahá supervisó la difusión de la Fe de Su Padre a nuevos territorios, incluyendo Norteamérica y Europa. Recibió un flujo constante de peregrinos tanto de Oriente como de Occidente, mantuvo amplia correspondencia con los bahá’ís e investigadores de todas partes del mundo, y vivió una vida ejemplar de servicio a la gente de Akka.
Envidioso de la influencia de ‘Abdu’l-Bahá, Su medio hermano menor, Mírzá Muhammad ‘Alí, trató de socavar y usurpar la autoridad de ‘Abdu’l-Bahá. Como resultado de los esfuerzos por fomentar más sospechas contra ‘Abdu’l-Bahá en las mentes de las autoridades, ya hostiles, se impusieron de nuevo restricciones que poco a poco se habían suavizado a través de los años. Si bien estos ataques les causaron mucho dolor a Él y a Sus seguidores leales, no lograron dañar de una manera duradera la unidad de la comunidad, ni la difusión de la Fe bahá’í.
Ya en 1907, ‘Abdu’l-Bahá había comenzado a trasladar a su familia a Haifa, al otro lado de la bahía frente a Akka, donde había construido una casa al pie de Monte Carmelo. En 1908, la agitación en la capital otomana terminó en la Revolución de los Jóvenes Turcos. El Sultán liberó a todos los presos religiosos y políticos del imperio y, luego de 60 años de encarcelamiento y exilio, ‘Abdu’l-Bahá fue liberado.
A pesar de los enormes desafíos, el trabajo sobre una tumba para el Báb en medio de la montaña, continuó en el lugar que Bahá’u’lláh Mismo había señalado. Así fue como en marzo de 1909, ‘Abdu’l-Bahá pudo colocar los restos del Báb en el Santuario que Él había construido.
Al año siguiente, ‘Abdu’l-Bahá salió de Haifa para Egipto, donde permaneció durante un año. Dedicaba sus días a reuniones con diplomáticos, intelectuales, líderes religiosos y periodistas. Al final del verano de 1911, zarpó para Europa, visitando el balneario francés de Thonon-les-Bains antes de viajar a Londres.
El 10 de septiembre de 1911, desde el púlpito de la iglesia de City Temple en Londres, ‘Abdu’l-Bahá dio un discurso público por primera vez en Su vida. Su permanencia de un mes en Inglaterra estuvo repleta de actividades sin cesar. Promocionó las enseñanzas de Bahá’u’lláh y su aplicación a muchos temas y problemas de actualidad a través de charlas públicas, reuniones con la prensa y entrevistas con individuos. Los días en Londres y luego en París fijaron un patrón que iba a seguir en todos Sus viajes.
“Si realmente deseáis amistad con todas las razas de la tierra, vuestro pensamiento, espiritual y positivo, se difundirá; se convertirá en el deseo de otros, fortaleciéndose cada vez más, hasta alcanzar la mente de todos los seres humanos”.
La Sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, Conferencias de París – 1911, p. 35
Desde la primavera de 1912, ‘Abdu’l-Bahá estuvo viajando por Estados Unidos y Canadá durante nueve meses. Se movió entre una y otra costa, dirigiéndose a todo tipo de audiencias, conociendo gente de cualquier rango y condición social. Al finalizar el año, volvió a Inglaterra, y a comienzos de 1913 a Francia, desde donde viajó a Alemania, Hungría y Austria. En mayo volvió a Egipto, y el 5 de diciembre a Tierra Santa.
Los viajes de ‘Abdu’l-Bahá a Occidente contribuyeron de manera significativa a la difusión de las enseñanzas de Bahá’u’lláh y al firme establecimiento de comunidades bahá’ís en Europa y Norteamérica. En ambos continentes, recibió una bienvenida muy calurosa de las audiencias distinguidas que se preocupaban por la condición de la sociedad moderna. Trató temas como la paz, los derechos de la mujer, la igualdad racial, la reforma social y el desarrollo moral.
Durante Sus viajes, el mensaje de ‘Abdu’l-Bahá era el anuncio de que la edad prometida desde hacía mucho tiempo para la unificación de la humanidad había llegado. A menudo hablaba de la necesidad de crear las condiciones sociales e instrumentos políticos internacionales que fueran necesarios para establecer la paz. Menos de dos años después, Sus premoniciones acerca de un conflicto mundial se hicieron realidad.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, las comunicaciones entre ‘Abdu’l-Bahá y los bahá’ís en otros países se cortaron casi por completo. Dedicó los años de la guerra atendiendo las necesidades materiales y espirituales de la gente que le rodeaba. Organizó personalmente extensivas operaciones agrícolas, y evitó la hambruna para los pobres de todas las religiones en Haifa y ‘Akká. Por Sus servicios al pueblo de Palestina fue honrado con el título de Caballero del Imperio Británico, en abril de 1920.
Durante los años de la guerra, ‘Abdu’l-Bahá produjo una de las obras más importantes de Su ministerio: catorce cartas, conocidas colectivamente como las Tablas del Plan Divino, dirigidas a los bahá’ís de Norteamérica. En ellas señalaba las cualidades y actitudes espirituales, así como las acciones prácticas que se requerían para diseminar las enseñanzas bahá’ís en todo el mundo.
En Su vejez, ‘Abdu’l-Bahá permaneció notablemente vigoroso. Fue un padre amoroso no solo para la comunidad de bahá’ís en Haifa, sino para un movimiento internacional floreciente. Su correspondencia guió los esfuerzos mundiales para el establecimiento de un marco administrativo para la comunidad. Su interacción con el flujo de peregrinos a Tierra Santa fue otro instrumento para instruir y animar a los creyentes de todas partes del mundo.
Cuando falleció a la edad de 77 años, el 28 de noviembre de 1921, a Su funeral asistieron alrededor de 10,000 dolientes de numerosos antecedentes religiosos. En los homenajes espontáneos para una personalidad admirada, elogiaron a ‘Abdu’l-Bahá como Aquel que llevó a la humanidad hacia el “Camino de la Verdad”, como un “pilar de la paz” y la personificación de la “gloria y la grandeza”.
“¡Oh vosotros, bienamados del Señor! En esta sagrada Dispensación, el conflicto y la disputa no se permiten bajo ninguna circunstancia. Todo agresor se priva a sí mismo de la gracia de Dios”.
Voluntad y Testamento de Abdu’l-Bahá, p. 17.
Los restos mortales de ‘Abdu’l-Bahá fueron sepultados en una de las cámaras del Santuario de El Báb en el Monte Carmelo.
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