Los pensamientos y acciones del ser humano están moldeados por dos naturalezas siempre presentes: la espiritual y la material.
La naturaleza material del hombre es fruto de su evolución física y, aunque es indispensable para la existencia en este mundo, si se le permite que rija la consciencia, el resultado serán la injusticia, la crueldad y el egoísmo. De otra parte, la naturaleza espiritual del hombre se caracteriza por cualidades como el amor, la bondad, la amabilidad, la generosidad y la justicia. Los individuos logran realizarse como seres humanos cuando fortalecen su naturaleza espiritual, al grado en que esta sea la que domine su existencia.
Bahá’u’lláh afirma que cada persona tiene el potencial de reflejar los atributos divinos, pues sobre la realidad del ser humano, Dios “…ha concentrado el esplendor de todos Sus nombres y atributos y ha hecho de ésta un espejo de Su propio Ser. De todas las cosas creadas sólo el hombre ha sido distinguido con tan grande favor y tan perdurable generosidad”.
Todos tenemos la capacidad de reconocer el amor de Dios y de reflejarlo hacia Su creación.