La vida del alma
“Has de saber que, en verdad, el alma es un signo de Dios, una joya celestial cuya realidad los más doctos de los hombres no han comprendido, y cuyo misterio ninguna mente, por aguda que sea, podrá esperar jamás desentrañar”.
Bahá’u’lláh
Los escritos bahá’ís explican que cada ser humano está dotado de un alma inmortal, cuya comprensión está por encima de nuestra mente finita. El alma tiene su origen en los mundos espirituales de Dios. Es exaltada por encima de la materia y el reino físico.
Bahá’u’lláh escribió: “Tú eres mi dominio y mi dominio no perece, ¿por qué temes perecer? Tú eres mi luz y mi luz no se extinguirá jamás, ¿por qué temes la extinción? Tú eres mi gloria y mi gloria no se disipa, tú eres mi manto y mi manto no se gastará nunca”.
La vida del individuo comienza cuando el alma, que proviene de estos mundos espirituales, se asocia con el embrión en el momento de la concepción. Pero esta asociación no es una relación material; el alma no entra o deja el cuerpo y no ocupa espacio físico. El alma no pertenece al mundo de la materia y su relación con el cuerpo es similar a la de una luz y el espejo en que se refleja. La luz que aparece en un espejo no está dentro de él, la irradiación viene de una fuente externa.
Del alma emanan las sensibilidades espirituales, el poder de discernir entre lo que es bueno y malo, entre lo que es justo e injusto, y el deseo de retornar al Creador. Ella tiene la capacidad de manifestar las cualidades y atributos de Dios.
“Al comienzo de su vida el hombre está en estado embrionario en el mundo de la matriz. Allí recibe la capacidad y las dotes para la realización de su humana existencia…Los poderes que se requieren para este mundo le fueron conferidos en el mundo de la matriz. Por eso en este mundo el debe prepararse para la vida futura…Así como él se preparó en el mundo de la matriz adquiriendo las fuerzas necesarias para esta esfera de la existencia, de igual manera las fuerzas indispensables para la existencia divina deben obtenerse potencialmente en este mundo”.
La vida y la muerte
Hay una relación muy especial entre el cuerpo y el alma, pero esta relación dura únicamente el lapso de la vida mortal. Cuando esta cesa, cada uno regresa a su origen: el cuerpo al mundo del polvo, y el alma a los mundos espirituales de Dios.
“…juzgar que después de la muerte del cuerpo el espíritu perece” dicen los escritos bahá’ís “…es como imaginar que el pájaro cautivo en una jaula tenga que perecer porque la jaula se rompa, aunque el pájaro nada tenga que temer con ello. Nuestro cuerpo es como la jaula, y el espíritu es como el pájaro…si la jaula se destruye, el pájaro permanecerá y subsistirá; su sensibilidad se hará aún más intensa, su percepción será mayor y su felicidad aumentará…”
Después de su separación del cuerpo, el alma continuará progresando por toda la eternidad y “…manifestará los signos de Dios y Sus atributos, y revelará Su ternura y generosidad.”
Vista en esta luz, no se debe tener temor a la muerte. Los escritos bahá’ís se refieren a ella como una “mensajera de alegría”.
Así como el vientre materno provee un ambiente para el desarrollo físico inicial del ser humano, este mundo es el medio en el cual se desarrollan las características y capacidades espirituales que nuestras almas necesitan para su viaje eterno. Tanto aquí como en la próxima vida, avanzamos con la ayuda de la bondad y gracia de Dios.
El mundo del más allá, escribió Bahá’u’lláh: “…es tan diferente de este mundo como lo es éste del mundo de la criatura mientras está en el vientre de la madre”.
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